lunes, 25 de mayo de 2009

Paracos, los feos

-Se lo comió calientito -dice Hermes.
Dice así: "Hay un paraco que le sacó el corazón a uno y se lo comió así, calientito".
Paraco en Colombia es el diminutivo de Paramilitar, o algo así. Y, según Hermes, son gente muy fea.
Se podrían decir muchas cosas de los Paracos, pero Hermes sólo utiliza esa palabra para definirlos: "fea".
Porque claro -pienso y le doy la razón- que es muy feo que alguien le arranque el corazón a otro y se los mastique "calientito".
Hermes dice, sentado sobre un tronco en la orilla del río, que a ese paraco comecorazones le faltaba algo.
- A ese le faltaba amor.
Dice, serio, Hermes.
Y no sé si reírme o llorar.
No me sale hacer nada, sólo me quedo ahí, en silencio, y simplemente continúo mirando el río.
Si, esa gente es fea -pienso.
Hermes tiene razón.

lunes, 2 de febrero de 2009

Un millón

Benito Almada vuelve a mirar el periódico desplegado sobre la mesa blanca y repite: -Hoy sólo 12.
Abre su libreta de hojas cuadriculadas y anota debajo de la columna con fecha 4 de noviembre de 2008: 12 muertos.
Luego, vuelve a mirar los avisos fúnebres del periódico y otra vez el cálculo –si, son 12 muertos – confirma.
Se largó a llover –le digo, para decir algo. Para sacarlo de los muertos. O, mejor: para dejar de pensar en esos muertos que convierte en números.
Pero Benito ni siquiera me mira. Saca una tijera del cajón de la mesa y con precisión rutinaria comienza recortar cada uno de los 12 avisos fúnebres.
Afuera llueve y ni siquiera puedo salir al pequeño patio a fumar un cigarrillo.
De cualquier modo –pienso- no estoy muerto así que no entró en su cuenta diaria.
Benito ni me mira: sigue recortando muertos.
- Me toma 15 minutos porque ya aprendí a identificar más rápido los muertos diarios de los avisos recordatorios de otros muertos de años anteriores.
Dice, sin levantar la vista de la mesa. -Son 943 mil personas –agrega, mientras escribe la cifra en la libreta de hojas cuadriculadas.
-¿Cómo?
-Que son 943 mil personas muertas al día de hoy.
- Ya.
- Tengo los avisos fúnebres pegados de cada uno de los muertos, le muestro la libreta.
- Ya.
Benito se levanta y me extiende su libreta de hojas cuadriculadas. -Todavía me faltan varios muertos para llegar al millón -dice
- ¿Cómo?
- Que todavía me faltan muchos muertos para llegar al millón.
- Ya.
La lluvia aumenta en intensidad y un hilo de agua se empieza a colar por debajo de la puerta de madera. Son las 5 de la tarde y el último bote que me podía depositar en tierra firme ya se fue.
Me dejó. O, en realidad: lo dejé.
En la isla –perdida, borrada, olvidada en algún lugar del Darién que no me quiero acordar- no hay nadie: sólo se escucha el sonido de la lluvia contra la tierra.
- Es que todos tienen que tener una razón para vivir, dice. Y agrega: -y acá son pocas las razones, ¿comprende?
La verdad es que no comprendo. Igual, le digo que si, que si comprendo.
- No, usted no comprende: mi razón de vivir son los números y los muertos, es la única forma que tengo de trascender. De dejar al menos una cifra.
- Ya.
- ¿Comprende?
Cada vez menos. Igual le digo que si, que si comprendo.
- Esa es mi razón. Todos los días cuento los muertos del periódico para calcular el día del muerto un millón.
- Ya.
- Y ahí si, esa no me la saca nadie.
- Ya.
- Ahí mismo saco la pistola del cajón, me pego un tiro, y me convierto en el muerto un millón.
Benito, de repente, se levanta de la silla. Y ahora habla.
- Así que usted, que es periodista, me tiene que hacer el favor de publicar mi historia en el diario.
Le respondo que si, que ahora comprendo. Y le digo que me avise nomás cuando los avisos lleguen cerca del millón.
Y le prometí que volvería.
Si, a Benito le prometí que no sería uno más en los avisos fúnebres de los diarios.