sábado, 12 de julio de 2008

La mudanza

- Y al fin y al cabo iba a pasar. Dice Hilario, el sereno del hotel de Metetí, con tono de persona que sabe de lo que habla: - Y al fin y al cabo iba a pasar, repite.
Lo escucho con una lata de cerveza en la mano. Pienso: Hilario no termina de arrancar.
- Y al fin y al cabo iba a pasar.
Vuelve a repetir y agrega que estaba “cantado” que el curita del pueblo iba a hacer eso. Dice así: “eso”.
Y explica que estaba “cantado” que el curita, algún día, iba a dejar a la buena de Dios a los feligreses y a la capilla.
La capilla – de madera, sencilla, con techo a dos aguas- está frente a la plaza principal del pueblo. La puerta de ingreso tiene un portón de madera de un metro y medio que siempre permanece cerrado: como si Dios resolvió estar allí a medias, no a tiempo completo.
Pero una monja lo salva -si, al todopoderoso-: y me explica que está cerrado para evitar que las gallinas que se pasean por la plaza no lleguen hasta el altar.
Me levanto y voy a comprar otra cerveza en la tienda del chino que se encuentra pegada al hotel. Vuelvo y el sereno termina de contar el “bochinche” del curita.
- La gente se cabreó con el curita porque la semana pasada se ganó la lotería y se mudó al prostíbulo del pueblo.
Termina Hilario, casi sin respirar.