jueves, 26 de junio de 2008

Tierra de plátanos

La estación de buses huele a calor. En unos minutos sale una “chivita” para Metetí.
La espero sentado en el único banco disponible, mientras reviso mis notas. O, mejor: trato de descifrar lo que escribí sólo unas horas antes.
Me derrito.
En eso estoy cuando levanto la cabeza y miro a un hombre que se me acerca con un inmenso ramo de plátanos verdes al hombro.
Se sienta al lado -en el único banco disponible- y le miro la cara: es un moreno enorme que tiene la nariz como aplastada en el centro de la cara y unos ojos redondos y negrísimos.
Pienso: el de los plátanos seguro que se me sienta al lado también en el bus.
Y sí: el de los plátanos se sienta a mi lado en el bus y pone la comestible carga en su regazo.
Se me ocurre que, si se duerme, le puedo robar una banana (lo pienso así, en argentino: ba-na-na), pero enseguida desisto de la idea. El de los ojos negrísimos no sólo carga los plátanos, sino que además lleva consigo un machete que pone a un costado.
Me va a rebanar un dedo. Mejor no le robo nada.
El bus recién arrancó. Y voy con los plátanos hacia Metetí.